lunes, enero 21, 2008

"Tenemos que abrirnos, no hay otro remedio"

Por razones laborales, harto conocidas por los que visitan Lo terrible, casi no vamos a estar hasta dentro de un mes.


Eso sí: trataremos de ser mucho. Hasta pronto.

domingo, enero 13, 2008

Semiótica aplicada

En el Malba se hicieron eco del clamor de una legión de cinéfilos hartos del paradigma hollywoodense, que sirve todo en bandeja y que no pretende que el espectador construya, interpretación mediante, la película.

Lo celebramos, sí, pero nos parece que hay métodos menos drásticos que el de poner subtítulos que a duras penas se sospechan y extraviar un rollo con 25 minutos de Jules et Jim.

Nota de La fruta: sería injusto no decir que, a pesar de que algunos aplaudieron, a la salida nos pidieron disculpas por el extravío del rollo y nos dijeron que con la misma entrada podíamos ver cualquier película que se proyectara entre el jueves 17 y el domingo 20. Sépanlo los que fueron hoy, domingo 13, en caso de que quieran volver. (Eso sí, se me hace que el problema de la calidad de imagen y subtítulos no es de los solucionables).

jueves, enero 10, 2008

Psychologus

Para estas alturas, no tendría que haber sorpresas si decimos que, entre todas las concepciones románticas de la realidad que nos impiden llevar una vida relativamente cómoda, campea la del barrio.

Quizás el idilio no sea con la instancia particular, sino con el concepto: por muy cómodos que nos sintamos en Caballito, también supimos desmorirnos en halagos para San Telmo, para Balvanera, para Villa del Parque, para el Bajo, para Retiro y, en menor medida, para algunos Palermos, entre otros. Quizás estemos en lo cierto cuando sospechamos que al barrio, como a todo y a todos, se lo quiere sinecdóquicamente: la facultad de ingeniería y la plaza Leloir (con el tesoro que esconde baranda abajo, desconocido de casi todos) son más que suficiente para perdonar los vicios de Recoleta; Almagro no es lo mismo desde que falta La Papesse; Adán Buenosayres justifica Villa Crespo (que así se llama) para siempre; una cortada con casas de colores alcanza para enamorarse de la zona de plaza Cortázar; la calle Florida no tiene razón de ser, desde ningún punto de vista.

Lo cierto es que Caballito, nuestro Caballito (no el de Acoyte y Rivadavia —que, con perdón de Manal, es una aberración—, sino el lapaternalizado, el de la Plaza Irlanda y del Cid Campeador), nunca nos regaló demasiadas razones concretas para quererlo: una morera medio enclenque que, creemos, ya no da más fruto; la posibilidad de ciertos túneles que comunican el Santa Brígida con la basílica de Nuestra Señora de los Buenos Aires; una sala que cambiaron en el museo de Ciencias Naturales; el hombre árbol de Franklin y Paysandú, donoso en primavera y sobrio en invierno; y el motivo de la presente entrada: una impresionante cantidad de locos.

El primero que recordamos es uno que conversaba con los autos que pasaban (con cierto énfasis en las camionetas), por lo general sobre fútbol, en tanto él era bastante fanático de Huracán. Le conocimos una residencia y un trabajo de estibador, ambos en la misma fábrica, hoy convertida en un par de dúplex horrorosos.

Se sabe de otro que increpaba a los chicos que salían del colegio porque no escuchaban tango. Lo vimos una vez sola y hablamos un rato largo, probablemente porque escuchábamos tango.

Sería injusto olvidar al único que no queremos, un punto que pensó que un escopetazo era un método eficaz para hacer que una tertulia adolescente bajara la voz. Tuvo el decoro de apuntar al techo, aunque las esquirlas causaron ciertos daños superficiales. Recordando esto, nos cae todavía mejor el que el otro día se despacho con un estruendoso "¡Pará con la flauta!" (totalmente justificado, por cierto).

En mi barrio de postemancipación, que es el mismo, se dice que un señor saca a la calle cosas valiosísimas (testigos presenciales me hablaron de dos Gibson SG y un amplificador vintage, posiblemente valvular) y, a veces, las deja para el prójimo. Otras veces, se queda vigilándolas un rato y vuelve a guardarlas.

Damos fe de la existencia de uno, relativamente joven, que sale a caminar con un cassette o un CD en mano y trata de vendérselos a los transeúntes. Todavía no le compramos nada y nos limitamos a convidarle cigarrillos, pero ya nos ofreció un cassette de Daniel Viglietti y un disco de la colección de música clásica de Noticias.

Hoy, tras cruzarnos con una señora maquillada como una puerta que venía salticando por Díaz Vélez, decidimos agenciarnos media docena de facturas. Elegidas las susodichas, el proceso de pago se vio interrumpido porque la panadera salió corriendo a retar a un tipo que, por lo que pudimos ver a través de las cortinas, estaba matando a palos al árbol de la puerta (un paraíso monumental). Ya de vuelta, la probable anarquista nos contó que el loco de marras (que, por razones geográficas, creemos es el dadivoso del párrafo anterior) pintó una senda peatonal de escasos centímetros (justificación: "Macri no la va a pintar") e, insatisfecho, llenó la calle de pintura roja, que los autos se encargaron de llevar, calculamos, hasta Figueroa. Creemos que es el que mejor nos cae.

Una nota final: esta entrada no debe entenderse ni como elogio de la locura (ni como encomio de la sandez, por las dudas). Decimos esto porque sospechamos los retos de los varios profesionales de la salud mental, y de algunos locos, que sabemos visitan este espacio.

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viernes, enero 04, 2008

Gracias, don Adolfo

Aprovechamos la momentánea falta de pulsión para reflotar a A. B. C. y otorgarle el dudoso honor de ser, tal vez, el escritor más citado del blog.

La delicia de marras es de "El sueño de los héroes", que hay que leer al menos una vez al año. No sabemos si es por la prosa o por el lugar que ocupa dentro de la historia (inmediatamente posterior a una escena que nos resulta especialmente triste), pero el siguiente fragmento nos arrancó una carcajada cada vez que lo leímos.

Entró en un almacé
n —una casa verde, una especie de castillito con almenas— en la esquina de Melián y Olazábal. Detrás del mostrador había un individuo enclenque y roñoso. Estaba reclinado, con una mano envuelta en un trapo húmedo, sobre un grifo metálico, en forma de esbelto pescuezo y de picudo rostro de flamenco, y miraba con abulia y con desconsuelo, una pileta llena de vasos. Gauna le pidió una caña quemada. Después de la tercera copa oyó una voz gutural, estridente y, a lo que le pareció, diabólica, repitiendo: "La suerte". Se volvió hacia la derecha y vio, caminando hacia él, por el borde del mostrador, una cotorra. Más atrás, más abajo, rígidamente estirado sobre una pequeña silla, casi acostado en el suelo, descansaba un hombre, cara al techo; paralelamente con el hombre, apoyado en el respaldo de una silla idéntica, había un cajón que tenía en el centro, como pie, un largo palo. La cotorra insistía: "la suerte", "la suerte", seguía avanzando, ya estaba muy próxima. Gauna quería pagar e irse, pero el dependiente había desaparecido por una puerta abierta sobre la penumbra de los fondos. El animal agitó las alas, abrió el pico, erizó el verde plumaje y, en seguida, recuperó su lisura; después dio otro paso hacia Gauna. Éste se dirigió al hombre que estaba acostado sobre la silla.
—Señor —le dijo—. Aquí su pájaro quiere algo.
El otro, inmóvil, respondió:
—Quiere adivinarle la suerte.
—¿Cuánto me significará en efectivo? —preguntó Gauna.
—Poca plata —contestó el hombre—. Por ser usted, veinte centavos.
Enarbolando el cajón, se irguió con dureza y con agilidad. Gauna descubrió que tenía una pierna de palo.
—Está loco —replicó, observando con disgusto que la cotorra se preparaba, con apreciativos cabeceos, a encaramarse en su mano.
El hombre rebajó prontamente:
—Diez centavos.
Agarró la cotorra y la puso frente al cajón. El animal sacó un papel verde. El hombre lo tomó y se lo dió a Gauna. Éste leyó:

Los Dioses, lo que busque y lo que pida,
como loro informado le adelanto,
¡ay! le concederán. Y mientras tanto
aproveche el banquete de la vida.

Gauna comentó:
—Sospechaba que era un pájaro atrabiliario. No quiere que tenga buena suerte.
—No le permito que diga eso replicó el hombre, encarándose, ya furioso, con Gauna—. Nosotros dos queremos siempre la suerte del cliente. A ver, muéstreme la papeleta. Ve, no sabe ni leer. Aquí reza en letra de molde que usted conseguirá lo que busca y lo que pide. Yo no sé qué más quiere por la módica suma.
—Bueno —contestó Gauna, casi vencido—, pero en la papeleta se declara loro y es cotorra.
El hombre contestó:
—Es loro acotorrado.


"Aquí su pájaro quiere algo" es, sin duda, uno de los puntos más altos de la literatura nacional.