martes, septiembre 23, 2008

Grolia y rool

En este último tiempo (estos últimos años, digamos) no nos pasaron cosas demasiado dignas de mención, y creemos que las que sí nos parecieron importantes (con algunas excepciones, claro) terminaron, con más o menos transparencia, en Lo terrible.

(Cabe aclarar que la importancia de las cosas no radica en las cosas mismas, sino en qué tanto le calzan a la entelequia que es La fruta vana, que —más allá de lo que hayamos dicho ayer, más allá de lo que diremos mañana o en esta misma entrada, más allá de que a veces coincidamos— no existe).

Así, bajo una pila de confesiones mal apuntadas, apuntes irrespetuosos sobre manifestaciones culturales de toda índole, rendiciones postergadísimas y una larga disquisición sobre los loros, ocultamos las tantísimas cosas que ocupan la mayor parte de nuestros días: nuestras excursiones al supermercado y a la veterinaria y al taller de marcos, cuyo dueño tiene otro nombre; una serie de amigos que nada tienen que ver con este espacio y que no conocen este espacio; el consumo violento de películas y series prefabricadas (de las cuales Lost es la más lograda); nuestra obsesión cíclica con el fútbol; las peripecias de las dos noches que dedicamos por semana a correr alrededor del Parque Centenario (si bien es cierto que hace un par de semanas ensayamos un relato, que no nos convenció, sobre lo nocivo que es escuchar King Crimson cuando se pretende mantener un ritmo y —sobre todo— una respiración medianamente constantes); y nuestra labor académica y profesional, cuya característica más notable es la falta de ambición.

Nobleza obliga, también nos callamos otras cosas que le calzan demasiado bien a La fruta, o suficientemente bien como para sacarle al personaje la poca credibilidad que le queda
.

(Y otras cosas, totalmente meritorias, que no superan la barrera del esnobismo, que esperan en silencio el momento inevitable en el que se las rescate, después de un tiempo, del lugar en el que terminan las cosas demasiado populares).

(Y otras cosas que directamente no queremos compartir).

Toda esta pompa no es más que un mecanismo barato para poner en perspectiva lo que viene a continuación, un truco de feria para que colijan que para que nosotros le dediquemos una entrada a un programa de televisión (cosa que en el imaginario de La fruta es tan trivial como salir a correr), el programa tiene
que gustarnos mucho.

Tendemos a suponer que ya lo conocen y que esta entrada no hace más que hacer público un culto tan secreto como multitudinario. De cualquier modo, por si hiciera falta aclararlo, nos referimos al único programa capaz de obligarnos a huir, lunes tras lunes*, de nuestra existencia sin televisión por cable y sin televisión a secas.

Nos referimos, claro, a Ohno.

Al querido Takehiro, que repite programa tras programa que hay que usar poquito aceite de sésamo; que hace seis meses está preparando variantes de la misma receta (un wok, un caldo, un poco de pescado, dashi, mirin, el infaltable miso); que es experto en incendiar la sartén cuando saltea carne fermentada con sake (al grito de "Si le sale fuego, ¡no te preocupes!"); que se sobresalta cuando la alarma le avisa que ya está el arroz blanco.

Al querido Takehiro, que nos obliga a ignorar el párrafo anterior y a olvidar que nuestra relación con la cocina no pasa de circunstancial, cada vez que se mete en un laberinto idiomático y sale riéndose con una altura envidiable**; cada vez que nos cuenta una historia, aunque por lo general no tengan demasiado sentido; cada vez que nos dice italianamente que el olor le recuerda a la comida que le preparaban la madre y la abuela y que con ese olor él ya se siente en casa; cada vez que dice "¡Y ahora, paso a paso!", con una emoción totalmente inexplicable; cada vez que se sienta en su tatami ("mi lugar favorito") y hace una exégesis de la disposición de la mesa, que va de lo político-filosófico ("todos tienen que comer un poco de todo") a lo criminal ("y este lugar queda para la mujer, porque está cerca de la cocina"); cada vez que lleva a su hijito Ginkgo al programa y le prepara la vianda con lo que cocina.

Al querido Takehiro, que dijo, con una candidez que no le perdonaríamos a Francis Mallman: "
Me gusta comer de todo, excepto la comida sin corazón, que me provoca una gran tristeza".

Al querido Takehiro, todo nuestro respeto.


* Ahora queremos saber cuántos pensaron que hablábamos de Peter Capusotto y sus videos, que también nos gusta mucho, aunque lo veamos por Youtube.
** Antes de que piensen que no reproducimos los bretes idiomáticos y la pronunciación hilarante por una cuestión de respeto (quizás esperable en estudiantes de idiomas), les decimos que: a) miren el título de la entrada; b) olvidamos gran parte de la teoría fonológica que nos dejaría hacer una reproducción más o menos fiel, con simbolitos y todo, de lo que dice este genio; c) cuando lo vemos en grupo (es decir, con otras personas aparte de nosotros) es inevitable que nos pasemos todo el programa (y el rato posterior) imitando la pronunciación y los giros.

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