viernes, enero 04, 2008

Gracias, don Adolfo

Aprovechamos la momentánea falta de pulsión para reflotar a A. B. C. y otorgarle el dudoso honor de ser, tal vez, el escritor más citado del blog.

La delicia de marras es de "El sueño de los héroes", que hay que leer al menos una vez al año. No sabemos si es por la prosa o por el lugar que ocupa dentro de la historia (inmediatamente posterior a una escena que nos resulta especialmente triste), pero el siguiente fragmento nos arrancó una carcajada cada vez que lo leímos.

Entró en un almacé
n —una casa verde, una especie de castillito con almenas— en la esquina de Melián y Olazábal. Detrás del mostrador había un individuo enclenque y roñoso. Estaba reclinado, con una mano envuelta en un trapo húmedo, sobre un grifo metálico, en forma de esbelto pescuezo y de picudo rostro de flamenco, y miraba con abulia y con desconsuelo, una pileta llena de vasos. Gauna le pidió una caña quemada. Después de la tercera copa oyó una voz gutural, estridente y, a lo que le pareció, diabólica, repitiendo: "La suerte". Se volvió hacia la derecha y vio, caminando hacia él, por el borde del mostrador, una cotorra. Más atrás, más abajo, rígidamente estirado sobre una pequeña silla, casi acostado en el suelo, descansaba un hombre, cara al techo; paralelamente con el hombre, apoyado en el respaldo de una silla idéntica, había un cajón que tenía en el centro, como pie, un largo palo. La cotorra insistía: "la suerte", "la suerte", seguía avanzando, ya estaba muy próxima. Gauna quería pagar e irse, pero el dependiente había desaparecido por una puerta abierta sobre la penumbra de los fondos. El animal agitó las alas, abrió el pico, erizó el verde plumaje y, en seguida, recuperó su lisura; después dio otro paso hacia Gauna. Éste se dirigió al hombre que estaba acostado sobre la silla.
—Señor —le dijo—. Aquí su pájaro quiere algo.
El otro, inmóvil, respondió:
—Quiere adivinarle la suerte.
—¿Cuánto me significará en efectivo? —preguntó Gauna.
—Poca plata —contestó el hombre—. Por ser usted, veinte centavos.
Enarbolando el cajón, se irguió con dureza y con agilidad. Gauna descubrió que tenía una pierna de palo.
—Está loco —replicó, observando con disgusto que la cotorra se preparaba, con apreciativos cabeceos, a encaramarse en su mano.
El hombre rebajó prontamente:
—Diez centavos.
Agarró la cotorra y la puso frente al cajón. El animal sacó un papel verde. El hombre lo tomó y se lo dió a Gauna. Éste leyó:

Los Dioses, lo que busque y lo que pida,
como loro informado le adelanto,
¡ay! le concederán. Y mientras tanto
aproveche el banquete de la vida.

Gauna comentó:
—Sospechaba que era un pájaro atrabiliario. No quiere que tenga buena suerte.
—No le permito que diga eso replicó el hombre, encarándose, ya furioso, con Gauna—. Nosotros dos queremos siempre la suerte del cliente. A ver, muéstreme la papeleta. Ve, no sabe ni leer. Aquí reza en letra de molde que usted conseguirá lo que busca y lo que pide. Yo no sé qué más quiere por la módica suma.
—Bueno —contestó Gauna, casi vencido—, pero en la papeleta se declara loro y es cotorra.
El hombre contestó:
—Es loro acotorrado.


"Aquí su pájaro quiere algo" es, sin duda, uno de los puntos más altos de la literatura nacional.