lunes, julio 13, 2009

δῶς μοι πᾶ στῶ καὶ τὰν γᾶν κινάσω

Supongamos, entonces, que algunas cosas son constantes: aunque más no sea por la tranquilidad frágil de saber un punto fijo en el Universo, alrededor del cual podemos pensarnos, al menos con una ligera sospecha de continuidad en la conmistión de situaciones, lugares y personas que es una sola vida. No hay demasiadas opciones, como creemos haber insinuado en alguna otra entrada: las demás personas quedan excluidas de plano, porque son pasajeras de la misma calesita sin eje, vertiginosa y total. Los gustos y disgustos personales corren, desde ya, la misma suerte (hemos sido de Ferro, de Racing, de Ferro y después de Racing, consecutiva y, a veces, simultáneamente; sabemos que ya casi no escuchamos tango; ya no estamos tan cómodos en Caballito). Tampoco esperamos que nos redima una paradoja: creemos en esto que escribimos, sí, pero lo habríamos rechazado con pena en épocas menos cínicas, y en épocas más cínicas lo subestimaremos como conato de adolescencia. Si todo va bien, vamos a olvidarlo en algún otro momento.

Últimamente pensamos mucho en estas cosas, porque nos perdimos un poco de vista. Nos buscamos en todos lados: no estamos. No sabemos si nos corresponde aspirar a algo más. Probablemente todos estén en un desorden similar. Si buscamos recuperar algún tipo de fiel para nuestra balanza, es porque tememos que esta inconstancia sea mala para los que se preocupan por nosotros. Últimamente pensamos mucho en estas cuestiones, especialmente tarde, a la noche, que es cuando más ganas tenemos de encontrarnos. No sorprende, entonces, que la cama sea cuna de una de las constantes que creímos descubrir.

Aunque se pierda un poco la solemnidad de lo anterior, si tenía alguna, que venga lo siguiente a demostrar qué minuciosos (qué banales) podemos ser para buscar. Porque, por un momento, quisimos creer que en la elección de uno de los lados de una cama de dos plazas dormía una coherencia que cada ser respeta hasta la muerte.

Ya no recordamos detalles de la primera vez que nos tocó elegir a nosotros, la ceremonia en la que juramos lealtad, pero sabemos que la decisión se tomó en un plano inconsciente y fugaz. Por ahí talló el hecho de que la persona con la que compartíríamos el lecho ya había elegido su costado en otra ocasión previa. No obstante, también es cierto que en instancias posteriores, en camas propias y ajenas, volvimos a optar por el mismo lado. Si bien es posible pensar en una serie de coincidencias, nos pareció mejor creer que la preferencia por un lado u otro* del lecho es algo tan personal, tan íntimamente ligado a nuestro ser, que solo podemos congeniar (y, va de suyo, llegar a la instancia de repartir la cama) con personas que hayan optado** por el lado opuesto. Por diversas razones, el tamaño de la muestra no alcanza para confirmar con rigor científico ninguna de las dos hipótesis.

De todos modos, dimos con otro detalle, quizás más elocuente: cuando nos tocó dormir solos, optamos por el flanco que ya habíamos elegido antes, en perjuicio de opciones más ecuatoriales o incluso diagonales, tal vez más fértiles para el ejercicio del sueño.

Así estábamos. Casi tranquilos, rumiando ese último argumento, con la sospecha de haber encontrado una nueva piedra angular***. Por desgracia, cuando estábamos a punto de empezar a refundarnos, recordamos lo que habíamos decidido olvidar: hubo épocas, muy remotas y más recientes, en las que dormimos del otro lado, porque nos aterraba despertar y verlo vacío. Igual despertábamos y veíamos vacío nuestro lado y entendíamos que la ausencia del otro es también la ausencia de uno****.

* Cabe aclarar que la división de la superficie en dos planos, operación de la que depende esta payasada, no descansa en el tamaño de la cama, sino en la cantidad de participantes. Dejamos a personas más curiosas los análisis correspondientes a divisores más elevados.
** O que vayan a optar. No se puede manchar una decisión eterna con consideraciones cronológicas.
*** Humilde, es cierto: "Mucho gusto, duermo siempre de este lado".
**** Suponiendo momentáneamente que "uno" y "otro" quieran decir algo.