viernes, noviembre 07, 2008

La familia, la propiedad privada y el amor*. Introducción

...nos olvidamos momentáneamente, entonces, de ciertas concepciones gestálticas y decimos, abrazando la causa de Pedro Grullo, que la vida es una colección de instancias.

¿A qué semejante simplificación, se preguntan? A que dicha cuantificación, respondemos, nos abre la puerta para subvididir la vida descaradamente. Y, si tenemos en cuenta que a los ojos del Universo, que es el destinatario último de estas líneas y de todas las líneas (en especial de aquellas que pueden catalogarse bajo el género "pataleo"), la división no es más que otra multiplicación**, el resultado se nos aparece al instante, de lo más orondo: más vidas.

Sin abundar en detalles sobre la muchas veces mencionada obsesión que tenemos en Lo Terrible con el orden y la simetría, nos negamos a caer en el facilismo de limitarnos a definir un parámetro cronológico para dividir la vida (según el cual, ahora, tendríamos aproximadamente 26 subvidas o aproximadamente 312 subvidas o aproximadamente 113.800 subvidas... y así, con guarismos cada vez más altos y cada vez menos precisos, más que nada por vagancia para los cálculos) y elegimos, en cambio, hacer una subdivisión temática, con resultados que, si bien son un poco más pobres en términos de cantidad, quizás resultan más interesantes.

Por ejemplo, ahí está la "subvida como músico", cuya primera instancia ocurre en una casa que parece ser la de nuestra prima y nos muestra con una guitarra en las manos y una idea ridícula en la mente (verbigracia: que la única interacción posible con una cuerda consiste en silenciarla, gracias a la ineptitud de aquellas manos infantiles para pulsar con cierto mérito, lo cual reduce notablemente la cantidad de sonidos posibles y hace innecesaria buena parte del diapasón), y cuya última escena no pasamos de sospechar y temer.

Ahí nomás está la "subvida como profesional", que empieza con cierta Miss Lidia y con nuestra proverbial vagancia para el estudio formal de idiomas, y que, Dios mediante, termina con un hombre grande que traduce en cierto sillón verde inglés en cierta casa con jardín en cierta zona rural de cierto país que no es conocido ni por su producción de sillones ni su producción de colores.

Un poco más allá está la "subvida como deportista", que arranca con un nene que deja un zurco en la banda derecha y literalmente no logra dar pie con bola, sigue con un joven que saluda a su profesor de kung-fu con una pompa que no merece, y termina en un par de meses.

A lo lejos se ve la "subvida de lector", cuya primera página escribió Verne (e ilustró sabe Dios quién, pero recordamos que nos impresionó mucho más que Verne).

Y acá, en el primer lugar de la fila, y como corona de esta introducción criminalmente larga, está la "subvida como víctima de actividades criminales", que comprende solo dos instancias, que serán debidamente botoneadas en la entrada inmediatamente posterior a esta, que escribiremos no bien tengamos un segundo libre.

O en otra vida.


* La correcta comprensión del título tiene dos requisitos previos: 1) conocer la obra de Pierre-Joseph Proudhon o, al menos, la frase que lo hizo famoso (que es lo que conocemos nosotros, vamos), 2) leer una entrada que todavía no escribimos.
** En este momento, no tenemos recurso alguno para explicar, fundamentar o justificar ese axioma, que de lejos hasta pasa por cierto. Quizá tengamos más suerte con un par de horas de sueño encima o un control un poco más férreo de nuestras facultades.

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