jueves, enero 10, 2008

Psychologus

Para estas alturas, no tendría que haber sorpresas si decimos que, entre todas las concepciones románticas de la realidad que nos impiden llevar una vida relativamente cómoda, campea la del barrio.

Quizás el idilio no sea con la instancia particular, sino con el concepto: por muy cómodos que nos sintamos en Caballito, también supimos desmorirnos en halagos para San Telmo, para Balvanera, para Villa del Parque, para el Bajo, para Retiro y, en menor medida, para algunos Palermos, entre otros. Quizás estemos en lo cierto cuando sospechamos que al barrio, como a todo y a todos, se lo quiere sinecdóquicamente: la facultad de ingeniería y la plaza Leloir (con el tesoro que esconde baranda abajo, desconocido de casi todos) son más que suficiente para perdonar los vicios de Recoleta; Almagro no es lo mismo desde que falta La Papesse; Adán Buenosayres justifica Villa Crespo (que así se llama) para siempre; una cortada con casas de colores alcanza para enamorarse de la zona de plaza Cortázar; la calle Florida no tiene razón de ser, desde ningún punto de vista.

Lo cierto es que Caballito, nuestro Caballito (no el de Acoyte y Rivadavia —que, con perdón de Manal, es una aberración—, sino el lapaternalizado, el de la Plaza Irlanda y del Cid Campeador), nunca nos regaló demasiadas razones concretas para quererlo: una morera medio enclenque que, creemos, ya no da más fruto; la posibilidad de ciertos túneles que comunican el Santa Brígida con la basílica de Nuestra Señora de los Buenos Aires; una sala que cambiaron en el museo de Ciencias Naturales; el hombre árbol de Franklin y Paysandú, donoso en primavera y sobrio en invierno; y el motivo de la presente entrada: una impresionante cantidad de locos.

El primero que recordamos es uno que conversaba con los autos que pasaban (con cierto énfasis en las camionetas), por lo general sobre fútbol, en tanto él era bastante fanático de Huracán. Le conocimos una residencia y un trabajo de estibador, ambos en la misma fábrica, hoy convertida en un par de dúplex horrorosos.

Se sabe de otro que increpaba a los chicos que salían del colegio porque no escuchaban tango. Lo vimos una vez sola y hablamos un rato largo, probablemente porque escuchábamos tango.

Sería injusto olvidar al único que no queremos, un punto que pensó que un escopetazo era un método eficaz para hacer que una tertulia adolescente bajara la voz. Tuvo el decoro de apuntar al techo, aunque las esquirlas causaron ciertos daños superficiales. Recordando esto, nos cae todavía mejor el que el otro día se despacho con un estruendoso "¡Pará con la flauta!" (totalmente justificado, por cierto).

En mi barrio de postemancipación, que es el mismo, se dice que un señor saca a la calle cosas valiosísimas (testigos presenciales me hablaron de dos Gibson SG y un amplificador vintage, posiblemente valvular) y, a veces, las deja para el prójimo. Otras veces, se queda vigilándolas un rato y vuelve a guardarlas.

Damos fe de la existencia de uno, relativamente joven, que sale a caminar con un cassette o un CD en mano y trata de vendérselos a los transeúntes. Todavía no le compramos nada y nos limitamos a convidarle cigarrillos, pero ya nos ofreció un cassette de Daniel Viglietti y un disco de la colección de música clásica de Noticias.

Hoy, tras cruzarnos con una señora maquillada como una puerta que venía salticando por Díaz Vélez, decidimos agenciarnos media docena de facturas. Elegidas las susodichas, el proceso de pago se vio interrumpido porque la panadera salió corriendo a retar a un tipo que, por lo que pudimos ver a través de las cortinas, estaba matando a palos al árbol de la puerta (un paraíso monumental). Ya de vuelta, la probable anarquista nos contó que el loco de marras (que, por razones geográficas, creemos es el dadivoso del párrafo anterior) pintó una senda peatonal de escasos centímetros (justificación: "Macri no la va a pintar") e, insatisfecho, llenó la calle de pintura roja, que los autos se encargaron de llevar, calculamos, hasta Figueroa. Creemos que es el que mejor nos cae.

Una nota final: esta entrada no debe entenderse ni como elogio de la locura (ni como encomio de la sandez, por las dudas). Decimos esto porque sospechamos los retos de los varios profesionales de la salud mental, y de algunos locos, que sabemos visitan este espacio.

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