...que hace un par de días me relataba ciertas lágrimas que le había regalado Rilke. Sus palabras, y las de Rilke, me recordaron la existencia de este espacio y, hasta la incomodidad, una idea que supo emocionarme y que bregué por ponerme en los ojos en algún momento de mi vida.
Esa idea,
lo terrible, terminó por hacerse blanca de tan dolorosa. Y yo, con una desesperación más que digna de la idea, la olvidé hasta quedarme dormido.
Y dormir es aburrido, mal que me pese.
El problema de estar cómodo: uno puede ponerse a pensar. Las cosas empiezan a tener sentido, hasta que su organización es tan perfecta que uno deja de ser necesario para las cosas.
Y es aburrido.
Ahora que la fiebre se despereza,
entre cosas dichas en voz muy baja,
soy carne de un miedo delicioso: miedo que, en otro momento de mi vida, me habría dado muchísimo miedo.
Esta vez, me parece que puedo darme el lujo.