sábado, julio 05, 2008

"...y soñé que en otro estado más lisonjero me vi"

Sepan disculpar (o agradecer) la falta de florituras, pero tenemos que escribir rápido, antes de que se pongan en marcha esos mecanismos botones que todos tendríamos que odiar:

Acabamos de soñar que íbamos a Starbucks (una sucursal mucho más suburbana que la actual, mucho más de un futuro horrendo) y comprábamos un frappuccino (cosa que en la vigilia desconocemos cabalmente).

Dos cosas nos llenan de un orgullo casi paternal para con nuestras versiones oníricas. La primera es que, si bien fuimos a Starbucks, lo hicimos con fastidio y sin saber por qué.

La segunda es que tardamos mucho para elegir el
frappuccino de mentas —o de menta, quizás: sabe Dios qué es—
, para pagar y para firmar el ticket de la tarjeta de débito. En suma fuimos tan en contra del concepto básico del negocio que, no contentos con generar un enojo padre en la gerencia del lugar, logramos que, ya afuera, se nos viniera al humo una patota de niños bien, armada con ladrillos, que nos borró la cara a golpes.