domingo, febrero 04, 2007

Harbingers of doom

Primero el uno, un tal Amir. Algún afiche perdido visto desde el 106, en las inmediaciones de Houssay. Un ligero resquemor, una leve sonrisa de soberbia. Después, como siempre, la conciliación. Es hasta comprensible: gente que no cree en los discos, quizás. Gente que escucha música con los ojos abiertos, probablemente.

Después llegó otro, un tal Abruzese. Las sonrisas son un poco menos frecuentes, porque las consignas de dudosa mural

("Los pueblos tienen las bandas tributo que se merecen")

son cada vez más usuales. También recuerdo respirar con un poco más de fuerza, abriendo bien las narinas, porque el aire está más tenso y está más duro, como algodón.

("No hay peligro. Es un público inexplicablemente numeroso, y se toca en lugares chicos. Hay el equilibrio de mercado y hay la paz. Por otro lado, hace años que los Fantasmas, los Danger Four y los Beats conviven sin problemas. No hay motivo de alarma").

Después llegan los adjetivos y, como siempre, traen el miedo. Ya no es tan difícil imaginar un escupitajo con olor a Phillip Morris, alguna sensación de pertenencia, alguna groupie infame y condenable, algunos grupos de tareas que peinan escenarios y desafinan un poco más los instrumentos...

La última escalada fue la de los galones y el palmarés y la provocación. Como rezan los afiches, a Abruzese lo invitaron a cerrar un show del Gran Rex. Ya no queda mucho por hacer.

Sepan que está cerca el día. Las tropas sabineras de Amir ya bajan por Córdoba, ellas y ellos, con los bigotes duros de cerveza y sal de maníes. Las de Abruzese vienen en dirección opuesta, con musculosas, y gargantas lastimadas de tanto lastimarse las gargantas. Ambas están deseosas de agarrarse a piñas en nombre de sus falsos profetas. Yo, por lo pronto, me voy a agenciar un balcón panorámico para tirarles lápices de labios y gritarles versos poco logrados.