miércoles, enero 24, 2007

Salmos 109:27

Cuando la imagen de insignificancia que de uno mismo se tiene dista mucho de ser insignificante, cuando la fruta vana es realmente vana, no está nada mal creerse cáliz, instrumento o,

vamos,

hieródulo de alguna entidad que levante un poco más de polvadera que uno, rémora metafísica que gana por ser amigo del más rana.

El problema de la empresa es que no es de esas neurosis fáciles que se terminan de ensamblar con un par de horas de insomnio.

Hay los que se esfuerzan; hay los que no.

Si bien, como dije al principio, no reniego del don, yo no tuve que hacer nada: hace unos tres años, durante un período de varios meses, no tenía más que mirarme en un espejo para decir, sin la menor intención: "No tengo ni idea". Una vez y otra vez, sin saber jamás qué era eso que no sabía.

"No tengo ni idea".

Creo recordar que me preocupó bastante en su momento y que incluso llegué a comentarlo con algunos mortales. Por fortuna, antes de volverme loco, llegué a la conclusión evidente de que la deidad me había elegido como vehículo para averiguar algo.

Es innegable que el hecho de que yo no conociera la pregunta (ni, a todas luces, la respuesta) constituía una dificultad práctica y un error de juicio que, quizá, condenaban a mi deidad a un puesto de sexto o séptimo orden en el escalafón divino, el de las entidades que tiran a falibles.

Cuando me resigné a vivir sin saber la pregunta, decidí soltar respuestas al azar, prendiéndole una vela a las probabilidades.

No sé si fue "Con níspero cortadito", "R'lyeh" o "J. J. Distéfano", pero un día los espejos volvieron a ser abominables por la razón que todos conocemos y por ninguna otra.

De ahí en adelante, la tranquilidad, la muerte lenta que nunca llega hasta que llega. Hasta ahora, época en la que mis dedos bailan sobre el teclado por cuanto prompt de búsqueda encuentran. No hay manera de huirle a este impulso que me lleva a escribir no bien me distraigo, a buscar información que yo no quiero en cuanto buscador haiga.

Otra vez la deidad me requiere.

Otra vez tengo problemas para aceptar la cruz que me endilga.

Porque,

¿quién puede respetar a una deidad interesada en saber qué es el "portuñol"?