Valor
A Tristes lo conocí hace unos tres años, cursando la materia que equivale a Pensamiento Científico (y a Semiología, al mismo tiempo) en el lugar donde yo estudio. Nunca fue un tipo demasiado interesante, pero como me daba charla con un grado casi soportable de irrelevancia, y daba sobradas muestras de buena leche, terminamos formando una relación de esas de asentir cuando nos cruzamos en el pasillo, con un abrazo (sin palmaditas) de tanto en tanto.
Pasaron dos años así.
Este año, 2005, por una cuestión de horarios en común, nos cruzamos bastante más seguido.
Yo creo que la primera fue a mediados de abril... Lo cruzo a Tristes por el pasillo y, dada mi condición por aquel entonces, decido superar el límite del nodding protocolar. No recuerdo de qué hablamos, ni cuánto duró la conversación. Sí recuerdo que, ya abrazados y despedidos, mientras yo me alejaba de Tristes, me percaté de que en su discurso había introducido algo medianamente exógeno. Una sílaba: max.
Pensé lo peor, por un instante; pero lo descarté por descabellado: este personaje cursó un año entero conmigo; tenemos amigos en común... ¿Cómo es posible que no sólo no sepa mi nombre, sino que encima se dé el lujo de asignarme uno tan de mecánico pornogay o marine... pornogay? No, no podía ser... me obligué a creer que el "max" no era un vocativo, sino alguna muletilla novedosa (y pornogay) forjada para darle un respiro al "cool" o al "copado" o al "buenísimo". Aunque no lo crean, logré creerlo.
El tiempo siguió pasando y a Tristes me lo seguí cruzando, pero decidí volver al nodding protocolar, más por miedo a perder mi nombre que por otra cosa. Frío en invierno, y en verano, calor.
El lunes pasado (el martes, quizá) se sentó conmigo en la cafetería.
Una sílaba me había planteado la duda, en su momento. Dos sílabas me la sacaron: ma y xi. El tipo no sabía mi nombre. Hablamos de trabajo, de los profesores a vigilar, de la pasión (or lack thereof) por la docencia. Soporté cobardemente: no me quería exponer (no lo quería exponer) a una corrección tan terrible. Cuando yo estaba atravesando una especie de crisis existencial inducida, tuvo un poco de piedad y se alejó de la mesa ("A hablar con una profesora". Mentira.). Aproveché para anotar en mi cuadernito todo lo que estaba pasando... para preguntarme qué había de terrible en una corrección -tan- necesaria. Cuando ya había descargado, birome mediante, la bronca y la confusión, Tristes volvió a la mesa. No me preocupó, porque yo ya había hecho la catársis correspondiente y estaba dispuesto a darle el gusto y a asumir otra (sí, otra más) identidad con tal de ahorrarle la vergüenza.
No me dejó.
Hay que reconocer que tiene clase. Se las arregló para meter 3 (tres) "Maxi" en una (1) oración: "Maxi, así que Maxi es traductor, Maxi" o algo así. Vocativo, sujeto y... no sé... eco sádico.
Levanté un dedo, el índice.
-Juan, me llamo.
-...
-Juan.
-Me estás jodiendo.
-...
-¿En serio te llamás Juan?
-Te juro que sí.
Y así durante un rato largo...
Lo terrible es que ahora Tristes no puede evitar verme sin mechar "Juan", "Juancito", "Juancho", con una frecuencia ridículamente alta.
"Max" no estaba tan mal, después de todo. Si le agregaba un "Power", yo firmaba.
Pasaron dos años así.
Este año, 2005, por una cuestión de horarios en común, nos cruzamos bastante más seguido.
Yo creo que la primera fue a mediados de abril... Lo cruzo a Tristes por el pasillo y, dada mi condición por aquel entonces, decido superar el límite del nodding protocolar. No recuerdo de qué hablamos, ni cuánto duró la conversación. Sí recuerdo que, ya abrazados y despedidos, mientras yo me alejaba de Tristes, me percaté de que en su discurso había introducido algo medianamente exógeno. Una sílaba: max.
Pensé lo peor, por un instante; pero lo descarté por descabellado: este personaje cursó un año entero conmigo; tenemos amigos en común... ¿Cómo es posible que no sólo no sepa mi nombre, sino que encima se dé el lujo de asignarme uno tan de mecánico pornogay o marine... pornogay? No, no podía ser... me obligué a creer que el "max" no era un vocativo, sino alguna muletilla novedosa (y pornogay) forjada para darle un respiro al "cool" o al "copado" o al "buenísimo". Aunque no lo crean, logré creerlo.
El tiempo siguió pasando y a Tristes me lo seguí cruzando, pero decidí volver al nodding protocolar, más por miedo a perder mi nombre que por otra cosa. Frío en invierno, y en verano, calor.
El lunes pasado (el martes, quizá) se sentó conmigo en la cafetería.
Una sílaba me había planteado la duda, en su momento. Dos sílabas me la sacaron: ma y xi. El tipo no sabía mi nombre. Hablamos de trabajo, de los profesores a vigilar, de la pasión (or lack thereof) por la docencia. Soporté cobardemente: no me quería exponer (no lo quería exponer) a una corrección tan terrible. Cuando yo estaba atravesando una especie de crisis existencial inducida, tuvo un poco de piedad y se alejó de la mesa ("A hablar con una profesora". Mentira.). Aproveché para anotar en mi cuadernito todo lo que estaba pasando... para preguntarme qué había de terrible en una corrección -tan- necesaria. Cuando ya había descargado, birome mediante, la bronca y la confusión, Tristes volvió a la mesa. No me preocupó, porque yo ya había hecho la catársis correspondiente y estaba dispuesto a darle el gusto y a asumir otra (sí, otra más) identidad con tal de ahorrarle la vergüenza.
No me dejó.
Hay que reconocer que tiene clase. Se las arregló para meter 3 (tres) "Maxi" en una (1) oración: "Maxi, así que Maxi es traductor, Maxi" o algo así. Vocativo, sujeto y... no sé... eco sádico.
Levanté un dedo, el índice.
-Juan, me llamo.
-...
-Juan.
-Me estás jodiendo.
-...
-¿En serio te llamás Juan?
-Te juro que sí.
Y así durante un rato largo...
Lo terrible es que ahora Tristes no puede evitar verme sin mechar "Juan", "Juancito", "Juancho", con una frecuencia ridículamente alta.
"Max" no estaba tan mal, después de todo. Si le agregaba un "Power", yo firmaba.
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