Escribir una introducción, un primer mensaje que indique claramente de qué va la cosa, de qué no va la cosa, si la hago para mí, si la hago para ustedes, mi largo de pelo, los lineamientos generales, qué gama de colores comprende mi ropa interior, por qué se hace la cosa, si va a ser catártica o publicitaria o ambas... es realmente inútil.
Por supuesto, esto lo digo después de haber escrito y descartado puteadamente cerca de 10 introducciones (y después de haber pensado y descartado puteadamente el doble de lineamientos generales, gamas de colores, largos de pelo y porqués y etcéteras).
Por lo tanto, eso.
Si quieren saber todas las cosas anteriores, lean todas las cosas siguientes.
Y tengan la delicadeza de contármelas cuando las sepan.
(Buena señal... todavía hay letras en pantalla).
Anoche fue en Belgrano, microalgo por excelencia. Lugar que sigue resistiéndose a bienvenirme.
Mucho alcohol. Y eso es todo lo que se puede decir sobre la noche (increíblemente, no porque no haya pasado nada. Exactactamente por lo contrario).
Después la vuelta en taxi hablando de la emoción que implica publicar algo. Sin ánimos de ofender prejuiciamente, ¿Cuáles son las chances de que el tachero también escriba?
Le conté sobre mis cuentos: argumentos... explicaciones... todo.
Él hizo lo propio: No recuerdo casi nada.
T: ...se encuentra con una señora que está paseando el perro (...) entonces el tipo como que se siente...
Y: ¿Invadido?
T: ¡Claro! Y ahí agarra y comete una locura.
Y: ¡Genial!
(...)
T: Yo escribo pero no leo. A veces algún extracto de alguno de esos consagrados.
Y: No pasa nada... yo leo todo el día y para lo único que me sirve es para reconocer a quién le estoy robando y contarlo para jugarla de humilde. (Por Dios...)
(...)
Y: Mano izquierda, mitad de cuadra.
T: Bueno, loco... dale para adelante con eso.
Y (al borde de las lágrimas): ¡Vos también! Nunca es tarde, hermano.
Casi lo abrazo. El ron saca lo peor de uno.
Es increíble cómo me tiemblan las manos. Hay gente que se está dando cuenta, ya. Hay gente que arriesga gota y hay gente que se burla. Lo terrible es que yo también.
Por supuesto, esto lo digo después de haber escrito y descartado puteadamente cerca de 10 introducciones (y después de haber pensado y descartado puteadamente el doble de lineamientos generales, gamas de colores, largos de pelo y porqués y etcéteras).
Por lo tanto, eso.
Si quieren saber todas las cosas anteriores, lean todas las cosas siguientes.
Y tengan la delicadeza de contármelas cuando las sepan.
(Buena señal... todavía hay letras en pantalla).
Anoche fue en Belgrano, microalgo por excelencia. Lugar que sigue resistiéndose a bienvenirme.
Mucho alcohol. Y eso es todo lo que se puede decir sobre la noche (increíblemente, no porque no haya pasado nada. Exactactamente por lo contrario).
Después la vuelta en taxi hablando de la emoción que implica publicar algo. Sin ánimos de ofender prejuiciamente, ¿Cuáles son las chances de que el tachero también escriba?
Le conté sobre mis cuentos: argumentos... explicaciones... todo.
Él hizo lo propio: No recuerdo casi nada.
T: ...se encuentra con una señora que está paseando el perro (...) entonces el tipo como que se siente...
Y: ¿Invadido?
T: ¡Claro! Y ahí agarra y comete una locura.
Y: ¡Genial!
(...)
T: Yo escribo pero no leo. A veces algún extracto de alguno de esos consagrados.
Y: No pasa nada... yo leo todo el día y para lo único que me sirve es para reconocer a quién le estoy robando y contarlo para jugarla de humilde. (Por Dios...)
(...)
Y: Mano izquierda, mitad de cuadra.
T: Bueno, loco... dale para adelante con eso.
Y (al borde de las lágrimas): ¡Vos también! Nunca es tarde, hermano.
Casi lo abrazo. El ron saca lo peor de uno.
Es increíble cómo me tiemblan las manos. Hay gente que se está dando cuenta, ya. Hay gente que arriesga gota y hay gente que se burla. Lo terrible es que yo también.
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